Del dolor, vacíos y sentimientos.

Por María del Socorro Pensado Casanova

A lo largo de la vida nos enseñan que debemos pasar página al dolor, que el sufrimiento debe servir para salir adelante más y mejor. Sin embargo, no resulta tan fácil hacerlo, quizá porque la soledad que encontramos con nuestra tristeza aunque estemos al lado de cientos de personas que nos quieren bien, ahí está presente.

Esa tristeza, la misma que nos recuerda y remite a tiempos que consideramos los mejores momentos de nuestra vida, donde la nostalgia nos convence que esos tiempos de antes eran períodos en los que teníamos todo lo que deseábamos, o bien, donde éramos felices sin sentir la necesidad de saber o buscar qué, quién o cómo era lo que nos hacía falta.

Sabemos que el tiempo lo cambia todo, que las personas dejan de habitar este planeta, que el amor se pausa, se rompe o nace, y que las amistades cambian, terminan o mejoran. No obstante, es diferente tener esos conocimientos a ser conscientes de vivirlos, experimentarlos y pasarlos.

Porque sí, todo se pasa, incluso cuando sientas que no hay salida, la hay, pero se tiene que encontrar la paciencia, la resiliencia y la resignación para caminar hacia adelante. En un escenario ideal, ser saludable, estar enteros e íntegros emocionalmente y poder disfrutar de las libertades, así como gozar de los derechos que nos pertenecen como las personas que somos, para poder reconocer y vivir nuestra felicidad, es y significa tenerlo todo.

Pero a pesar de tener ese todo, de este común denominador, existen factores que alteran la felicidad y la satisfacción, como lo son el no alcanzar sueños, metas y otros deseos que no dependen de nosotros, porque aquellos que sí están sujetos a nuestro actuar, estoy segura que son posibles de alcanzar, sin excepciones.

La muerte o que alguien deje de quererte, entre otros más, pueden llegar a ser los más difíciles debido al duelo que nos vemos en la obligación de sentir para encontrarnos en la posibilidad de sobrevivirlos. Hay ocasiones en los que nos gustaría que todo se mantuviera estable, pero para ver un arcoíris necesitamos mojarnos o cubrirnos de la tormenta, y así como en la naturaleza, donde las estaciones marcan un proceso, en la vida tenemos tiempos establecidos que hay que entender con la frente en alto.

Si nos detenemos un momento en este mundo que corre a toda velocidad y tenemos empatía, encontraremos caras de profunda tristeza con un disfraz de sonrisa, o bien, sin una cubierta, pero que caminan a por el día a día.

En una ocasión una persona a quien no dejaré de querer, me preguntó si estar con él todavía me hacía feliz, yo le respondí que sí, sin saber que faltarían algunos meses solamente para terminar nuestro caminar juntos. Y fue ahí, cuando comencé a reflexionar en el significado que tiene para nosotros mismos, contar y saber que existe una seguridad basada en que las personas a nuestro alrededor nos brinden respeto y amor.

Esa necesidad sobre la que no siempre encontramos o tenemos la confianza de preguntarla a una persona, o de cuestionarla siquiera en nuestra mente. Vivir un camino sin confianza, lleno dudas o de preguntas, sencillamente no es vivir de forma plena, y quizá esos miedos son aquellos que se van transformando en el dolor que sentimos por no encontrarnos en los sitios, en los tiempos y en la temporada de nuestra vida, en esa misma, en la que de forma aparente, nada malo o inestable existía.

No estamos obligados a permanecer en la tristeza, ni tampoco a dejar de sentirla o de superarla en tiempos distintos a los que nuestro ser tenga destinado. A lo que sí estamos atados es a identificarla y reconocerla, para entender y escuchar a nuestro corazón. Las pérdidas humanas, sean por razón de muerte o porque esa relación de pareja o amistad se ha terminado llevan un camino distinto al que imaginamos o esperamos.

Nadie nos dará los pasos exactos a seguir para salir adelante con el dolor que todos los días cargamos, o bien, para llenar los vacíos que nos dejan las personas que se van de nuestra vida para siempre. La única forma es levantar por lo alto nuestra meta, y con pasión hacer todo lo posible al despertar cada mañana para cumplirla.

Nos queda recordar quiénes somos, teniendo claro que ha sido gracias a todas esas experiencias del pasado, y que con amor hoy recordamos, que el presente fluye. Caminamos al futuro con fuerza, dolor, vacíos, mucho amor a nosotros mismos.

Si llegas a escuchar que el tiempo no alcanza para encontrar palabras o resignación, sigue, confía y continúa, poco a poco encontrarás la respuesta a lo que tanto esperas…

Para ti, gracias por tantas alegrías y tristezas, una vida sin ti es inimaginable, pero aprenderé, seré fuerte y volveré a ser feliz, porque no hay mayor egoísmo que no dejarte ir a descansar en paz.
Te recordaré todos los días de mi vida, te quiero.

María.

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