Cada 25 de noviembre, el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, nos recuerda que existen violencias que no siempre dejan marcas visibles, pero que sí dejan huellas profundas en la identidad, en la autoestima y en la forma en que aprendemos a amar. La violencia no aparece solo en gritos, agresiones o control explícito; también se manifiesta en vínculos afectivos que se vuelven insuficientes, en ausencias constantes, en promesas que nunca se cumplen y en afectos ambiguos que nos obligan a interpretar silencios o justificar distancias. Estas formas silenciosas de desgaste emocional también forman parte de aquello que el 25N nos invita a reconocer, nombrar y transformar.
Es común que muchas mujeres permanezcan en relaciones donde aparentemente no existe un conflicto evidente, pero sí un deterioro persistente. Son vínculos donde la otra persona expresa cariño, pero no construye presencia; donde las palabras sostienen, pero las acciones no acompañan; donde la comunicación es intermitente, el interés se diluye y la incertidumbre se vuelve compañera cotidiana. Son dinámicas en las que frases como “necesito mis tiempos”, “me cuesta comunicarme”, “podemos seguir bien de la manera que sea mejor para ti” o “puedes escribirme cuando quieras” parecen suaves y comprensivas, pero en realidad encubren una falta de compromiso claro y una resistencia a asumir responsabilidad emocional. No hay elección firme. Solo una puerta entreabierta que nos mantiene en un lugar ambiguo.
Cuando esto ocurre, es frecuente que la mujer comience a hacerse preguntas que van perforando la seguridad interna: “¿Estaré pidiendo demasiado?”, “¿Será que soy yo?”, “¿Será que debo tener más paciencia?” Sin embargo, lo que estamos pidiendo es lo esencial: comunicación, reciprocidad, claridad, presencia. Cuando esos elementos no están, no hablamos solo de un problema relacional; hablamos de un escenario que erosiona emocionalmente, que nos obliga a adaptarnos a la ausencia y que nos mantiene viviendo a la expectativa de algo que no sucede.
Es en estos momentos donde muchas mujeres sienten la necesidad de despedirse, pero no saben cómo hacerlo sin romperse por dentro. No quieren generar conflicto, no desean hacer daño ni buscan venganza. Solo quieren paz. Quieren comprender. Quieren soltar sin destruirse. Por eso, una herramienta valiosa es una despedida para ordenar el corazón antes de dar un paso final. No es un acto de dramatismo, sino de afirmación personal; una manera de recuperar la voz, reconocer lo vivido y cerrar con dignidad.
“Gracias por lo compartido. Hubo belleza, aprendizaje y momentos que valoro, pero también hubo silencios que ya no puedo sostener. Necesito un amor presente, coherente y recíproco, no uno que viva en tiempos imprecisos o intermitentes. Hoy elijo despedirme desde el respeto, la claridad y el amor propio. Cierro este ciclo sin rencor y sin esperar que el otro cambie. No porque lo que hubo no haya sido real, sino porque necesito protegerme, reconocer lo que valgo y abrir espacio para un vínculo que sí pueda crecer. Agradezco lo que esta historia me enseñó, porque incluso sin buscarlo, me devolvió a mí.”
Evita que la despedida te rompa emocionalmente. Prepárate para soltar desde la conciencia, no desde la reacción. Ayúdate a no quedar atrapada en conversaciones pendientes, a no buscar explicaciones profundas donde solo había insuficiencia y, sobre todo, a no quedarte en un lugar donde lo más constante era la duda.
Despedirse no implica dejar de sentir. Implica dejar de sostener lo que nos lastima. No todas las relaciones que duelen son violentas, pero muchas sí son incompatibles con la vida plena que merecemos. Permanecer en vínculos donde la otra persona no nos elige con claridad, donde su presencia depende exclusivamente de su estado emocional o sus tiempos personales, también es una forma de violencia normalizada. No porque exista intención de dañar, sino porque existe una indisponibilidad afectiva que nos obliga a adaptarnos a lo mínimo.
El 25N nos invita a mirar también estas formas silenciosas de daño. Nos invita a preguntarnos qué relaciones nos desgastan, en qué vínculos hemos puesto demasiado de nosotras, cuántas veces hemos esperado un mensaje que nunca llegó, cuántas veces hemos contado con una presencia que siempre fue intermitente. Y nos invita también a tomar decisiones que nos devuelvan la vida. Porque despedirse, cuando el alma empieza a encogerse, es un acto profundo de autocuidado.
El resto de nuestras vidas comienza cuando dejamos ir lo que ya no crece. Comienza cuando elegimos relaciones que sí nos sostienen, palabras que se alinean con acciones, afectos que permanecen y vínculos donde ambas personas están presentes. Comienza cuando nos tratamos con la misma dignidad que deseamos recibir.
Este 25 de noviembre, recordemos que poner límites, despedirnos de lo que duele y elegirnos a nosotras mismas también es un acto de resistencia. Soltar no es perder: es recuperar espacio, identidad y futuro. Y ahí, exactamente ahí, empieza el resto de nuestras vidas.
Si has vivido violencia emocional, física, digital o cualquier otra forma de daño, o si estás atravesando un proceso de despedida que te ha dejado vulnerable, recuerda que no tienes que recorrerlo sola. En Amarelille estamos contigo para acompañarte, orientarte y ofrecerte un espacio seguro desde la sororidad, la escucha activa y la defensa de tus derechos. Porque una vida libre de violencias no es un ideal lejano: es un derecho.
En cada paso hacia tu libertad, tu autonomía y tu dignidad, Amarelille va contigo.
