Las promesas que se vuelven posesión

y otras dulces formas de violencia

Por María del Socorro Pensado Casanova

Hay palabras que suenan hermosas hasta que se convierten en jaulas, obsesión, por ejemplo. Durante generaciones, el amor ha sido romantizado de maneras que normalizan el sufrimiento. Nos enseñaron que el amor verdadero todo lo puede, que es eterno, que hay que soportar, esperar y perdonar para sentirlo. Bajo ese discurso, muchas personas han sostenido vínculos que desgastan, lastiman y anulan. Así, la violencia aprendió a disfrazarse de afecto, ternura y destino.

La historia de amores de la adolescencia, o bien de algunos años atrás que parece inquebrantable puede mantenerse viva por mucho tiempo, si se sostiene desde la nostalgia, las promesas no cumplidas o las palabras que llegan justo cuando alguien está por sanar. Ausencias prolongadas y mensajes ambiguos con la esperanza constante de que “ahora sí”. El amor se convierte en espera y en una forma silenciosa de entrega. Pero lo que parecía destino, que alguna vez generaba una conexión fuerte e indescriptible, deja de serlo porque la química se transforma cuando la confianza se ha roto, las miradas ya no conectan y el cuerpo está en alerta frente a una repetición emocional.

La violencia no siempre se manifiesta en gritos o golpes. Existen formas mucho más sutiles pero igualmente destructivas: la violencia emocional, la manipulación afectiva, el control desde la duda. Es violencia hacer promesas sabiendo que no se cumplirán. Es violencia pedir paciencia mientras se comparte la vida con otra persona. Es violencia mantenerse en la vida de alguien solamente cuando conviene. También lo es repetir el ciclo de confusión y dependencia emocional. Este tipo de violencia es difícil de nombrar porque no deja marcas visibles, pero su impacto es profundo. No solo destruye vínculos, sino que daña la percepción de la realidad, de la autoestima, de la confianza. No se trata de exageraciones. Se trata de relaciones que operan desde un desequilibrio emocional que desgasta y condiciona. Y por eso es urgente identificar estos patrones como parte de la violencia de género, porque así lo son.

La violencia emocional afecta directamente la salud mental. Las personas que atraviesan relaciones donde prima la manipulación afectiva pueden experimentar altos niveles de ansiedad, insomnio, depresión, pérdida de autoestima y aislamiento. La incertidumbre constante genera un estado de alerta emocional. No saber cuándo llegará un mensaje, si lo que se dijo fue verdadero o no, puede volverse una forma de tortura emocional silenciosa. Esta inestabilidad tiene un alto precio: una sensación de no valer, de no ser suficiente, de tener que esforzarse todo el tiempo para merecer un lugar. Muchas veces, quienes atraviesan este tipo de violencia emocional no se atreven a hablar de ello. Lo minimizan. Lo callan. Y el entorno muchas veces no lo valida: “no te pegó”, “está en un mal momento”, “tú sabías cómo era”. Esta deslegitimación solo profundiza el dolor y retrasa los procesos de recuperación, por eso es fundamental ampliar la comprensión social sobre lo que significa la violencia, pues lo que no se nombra, no se atiende, y lo que no se atiende, se repite.

El amor no duele, no genera ansiedad, ni dudas constantes, no exige sacrificios unilaterales, ni hace sentir a la otra persona como una opción desechable. El amor no se esconde ni vuelve solamente cuando teme perder el control. El amor no exige que te borres ni te vuelvas pequeño. El amor no necesita ser perseguido para existir. El amor construye, cuida, repara, sostiene. Todo lo demás, no es amor. Y cuando lo que existe es dolor constante, confusión o desprecio emocional, es violencia.

Reconocer que algo ya no construye, aunque duela, es un acto de lucidez. Salir de un vínculo que desgasta no es una muestra de debilidad, sino de fuerza. Poner límites donde solo hay desgaste emocional es protegerse. Decidir no continuar esperando, no seguir creyendo en lo que no se sostiene, es una forma de volver a casa. Alejarse no siempre significa irse físicamente. A veces, alejarse ocurre en el mismo espacio: cuando alguien decide no responder más a lo que duele, cuando establece límites internos, cuando deja de esperar y comienza a priorizarse. La distancia puede ser geográfica o emocional, visible o profunda. Ambas son necesarias. Ambas son válidas. Elegirse es un acto de amor propio. Y también, un acto político. Porque implica desobedecer mandatos sociales que enseñan a soportar y a dar más de lo que recibes. Salir de relaciones que duelen, aún si no hay golpes, es una forma de romper el ciclo de la violencia.

La violencia debe dejar de esconderse detrás del “necesito tiempo” y de manipular desde el cariño "eres el amor de mi vida". La violencia emocional no puede seguir siendo ignorada, minimizada o normalizada. Debe ser reconocida como parte del sistema que reproduce desigualdad y control. Debe ser denunciada, reparada, transformada. Desde Amarelille nombramos las violencias, todas. No solo aquellas que son evidentes o visibilizadas por los medios. También las que ocurren en la intimidad emocional, en las relaciones desiguales, en los vínculos donde se repite la espera, la ausencia, la promesa incumplida. También aquellas que impactan en la salud mental, en la autonomía, en el proyecto de vida.

La violencia emocional existe, no se trata de un error ni de una confusión. Es una forma estructural de control y ningún vínculo que duela tanto puede seguir llamándose amor, a pesar de que lleves años compartiendo con esa persona, ya no es amor. Una vida libre de violencia incluye también una vida libre de relaciones que desgastan, manipulan o confunden. Mereces un amor que no se disfrace de destino mientras te rompe por dentro.

No necesitas pasar por una relación que te lastime para aprender a amarte. No es necesario vivir el abandono, los chantajes o la confusión para comprender tu valor. Ese aprendizaje, tan arraigado en la cultura que romantiza el sufrimiento, también es una trampa. Puedes evitarlo. Puedes construir relaciones sanas desde el principio. Puedes identificar las señales y detener el ciclo de la violencia antes de que te haga daño. Puedes decir “no” a lo que no te hace bien, sin sentir culpa ni miedo. No necesitas tocar fondo para despertar, puedes cuidarte a tiempo y protegerte sin haberte roto.

El dolor no es un requisito para el amor, el abuso no es una lección obligatoria. El desgaste no es prueba de que amas lo suficiente. Y quien te ama de verdad, no te pide que te traiciones para quedarte. Por eso, en Amarelille te escuchamos, te creemos, te acompañamos e insistimos: la prevención también es amor. La conciencia también es amor. La libertad, el cuidado mutuo y la paz emocional también son amor. No todas las historias deben ser contadas desde la herida. También merecemos historias contadas desde la dignidad, la ternura, la reciprocidad y el respeto. Merecemos experiencias donde nadie tenga que salvarse por su cuenta. Merecemos amar sin miedo.

Porque el amor no duele. Y la violencia, aunque se disfrace de destino, siempre puede ser evitada, nombrada y transformada.

Recuerda que tienes derecho a una vida libre de violencias, control y ausencias que lastiman. Si has sido o eres víctima de algún tipo de violencia, escríbeme y con gusto te apoyaré, Amarelille te espera con los brazos abiertos...