Hay momentos en la vida en los que todo parece romperse al mismo tiempo. La muerte de una persona querida, el fin de una relación que nos sostenía emocionalmente, la desilusión de sentirnos traicionados o no valorados por quienes pensábamos que nos amaban. Cuando esas heridas se juntan, se vuelven un peso abrumador. Pero incluso en medio de ese dolor, también se abre un espacio silencioso: la posibilidad de elegirnos.
Ese momento de quiebre no es una derrota, es una pausa. Un instante brutal, sí, pero también honesto. Una oportunidad para vernos sin disfraces, para reconocer cuánto hemos dado y cuánto nos hemos descuidado. Cuando alguien nos compara, nos minimiza o nos engaña, la tristeza no solo es por lo que hicieron, sino por lo que esperábamos recibir y no fue. Pero no somos lo que esa persona nos hizo sentir. Somos lo que decidimos hacer con ese sentimiento.
Seguir de pie no es negar el dolor. Es mirar ese vacío y decir: "Hoy no puedo con todo, pero puedo conmigo". Es entender que la tristeza no es un signo de debilidad, sino de humanidad. Que llorar no es rendirse, sino drenar lo que duele para poder respirar otra vez.
Perder a alguien por muerte o por separación emocional deja cicatrices. Pero cada pérdida también deja un mensaje: que la vida es frágil, que lo que no se cuida se rompe, y que cada día que seguimos respirando es una nueva posibilidad de reconstruirnos.
Quienes han pasado por momentos así saben que hay una soledad especial que se siente en el pecho. Una mezcla de nostalgia, frustración y dudas. En esos momentos es fácil caer en la trampa de culparse, de pensar que algo hicimos mal o que no fuimos suficientes. Pero no. La verdad es que nadie merece ser tratado con indiferencia, con engaño o con negligencia emocional. Y elegir alejarse de eso no es perder: es volver a casa. Volver a nosotros.
La decisión de cerrar una etapa, de cortar un lazo que ya no sostiene sino que ahoga, no es fácil. Requiere valentía. Una valentía silenciosa, cotidiana, que muchas veces no se ve desde fuera. Pero que está. Que vive en cada paso que damos aunque nos tiemblen las piernas. En cada vez que decimos "esto no me hace bien". En cada límite que ponemos aunque nos duela.
Y en ese camino, es importante recordar que no estamos solos. Que hay otras personas que han pasado por lo mismo y han salido adelante. Que hay redes, amistades, terapeutas, asesorías legales, espacios de contención. Que pedir ayuda no es signo de debilidad, sino de sabiduría.
Cuando algo nos desestabiliza profundamente, también nos permite reordenar. Reordenar prioridades, afectos, vínculos. Nos da la oportunidad de preguntarnos: ¿Qué quiero en mi vida? ¿Qué ya no estoy dispuesto a tolerar? ¿Cómo puedo cuidarme mejor?
No hay una fórmula mágica para sanar. Pero hay pasos que ayudan: hablarlo, escribirlo, ponerle palabras al dolor. Alejarse de lo que confunde, silenciar lo que lastima. Reconectar con lo que da paz: la música, el arte, la naturaleza, el cuerpo, las amistades, la calma. Celebrar cada pequeño avance como una victoria: dormir una noche entera, comer algo nutritivo, decir "no", pedir lo que se necesita, llorar sin culpas, denunciar y alzar la voz.
Una frase puede acompañarte: Estoy de pie. Con dolor, sí. Pero vivo. Y valiente.
Porque esa es la verdad. Estás vivo. Y el dolor, aunque quema, también enseña. No enseña por castigo, sino por claridad. Nos hace ver con nuevos ojos. Nos obliga a elegirnos. A construir una versión de nosotros más libre, más consciente, más fiel.
No es necesario que hoy tengas todas las respuestas. Basta con que sigas respirando. Con que recuerdes que lo que pasó no te define. Que tu valor no cambia por las decisiones ajenas. Que tu vida sigue siendo tuya.
Y si hoy sientes que no puedes con esa soledad recuerda que existen espacios, personas, proyectos, palabras, que están listas para sostenerte. Búscalos. Nómbralos. Permítete apoyarte.
Hoy puedes comenzar con un gesto pequeño: leer estas palabras como una declaración de tu derecho a sanar. A estar mal y, aún así, a no rendirte. A reconstruirte sin prisa. A seguir, aunque duela.
Porque lo estás haciendo. Porque estás de pie. Con dolor, sí. Pero fuerte y valiente.
Si necesitas apoyo, acompañamiento o asesoría legal, en Amarelille estaremos siempre para acompañarte.
Estamos aquí para ti, por ti, y contigo.
Quien sobrevive no es la misma persona, es más consciente.